jueves, 5 de marzo de 2009

Magia.

Tenía magia en la punta de sus dedos. Con sus caricias hacía milagros. Milagros tan hermosos como su sonrisa, otra manera de hechizarme. Podía ver cómo se dibujaba esa bellísima mueca de alegría como si el tiempo no existiera. De hecho, así lo deseaba: quería vivir ese momento eternamente. El perfecto movimiento de sus labios endulzándose con una brillante felicidad, esa chispa que le permitía crear un Arco Iris de sensaciones sólo sonriendo.

"Sólo sonriendo". Como si fuera poco. Esa sonrisa era la firma de Dios sobre su obra más hermosa. Era la prueba de lo infinito, de lo maravilloso, de lo puro.

...La miraba totalmente embobado. No tenía otra salida, no había otra opción.

"Ojalá pudiera besar esa sonrisa", pensé. "Besar esa sonrisa", me repetí a mi mismo, como descubriendo algo maravilloso: no quería recibir un beso en retribución al mio, sólo quería besar su sonrisa, hacer real aquella visión. Como aquel caballero que, con una rodilla al suelo, besa la mano de una dama. Y eso era, exactamente, la dueña de la sonrisa: una dama.

¿Era, soy, yo un caballero? ¿Podía tener el honor de besar su mano, su sonrisa?

Aun sabiéndome un plebeyo, la miré a los ojos y me sentí el más noble caballero del reino, el más valiente, el más honorable. No precisamente porque lo fuera, sino porque en ese caballero quería convertirme por y para ella. Ella me da ese poder: la fuerza de querer ser mejor y la voluntad para lograrlo.

Con mi fuerza, podía ser mejor. Para ella. Para mi. Para todos.

Por eso su sonrisa me hace tan feliz, me hace ser más fuerte, me hace ser.

Esa era su magia.

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