jueves, 5 de marzo de 2009

Correr.

El equilibro entre la pasión y la razón radica, paradóijicamente, en la inestabilidad de esta relación. El equilibrio, propiamente dicho, no se da nunca. Con suerte, se percibe como consecuencia o resultado de tal o cual acción.

La pasión es instinto y la razón contención. Imposible que una gobierne a la otra. Es como lo que en física sería el choque de la materia y la antimateria. Estas pertículas se destruirían, destruyendo, también, lo que las rodea. Así es como se produce la inacción. Ese estado de parálisis total, en donde se estancan tanto movimientos y palabras como pensamientos y reacciones.

Algunos piensan que la inacción es la razón prevaleciendo sobre la pasión. No. La inacción es la anulación de las fuerzas. Un estado de espectador pasivo, inerte y autodestructivo.

Es el peor de los estados. Votar a favor de la pasión o de la razón es imposible, ya que son poderes que se desatan en su plenitud en situaciones muy particulares, con actores específicos y dependen de la historia personal de cada individuo. Además, en esos casos, los detalles abruman. Las situaciones irrepetibles implican relaciones (pasión/razón) únicas. 

Por eso el análisis previo o posterior en torno a éstas situaciones se hace inútil. Incluso, y para peor, la meditación de éstas cosas provoca inacción. ¿Cuántas veces nos hemos quedado pensando en cosas, con la mirada perdida, en el mayor estado de pausa posible, y sin llegar a ninguna respuesta? Lo irónico es que, si creemos resolver nuestro dilema, seguro es un resultado erróneo, y, aun así, al momento de actuar nuevamente en una situación medianamente parecida, olvidamos lo que creíamos saber.

¿Para qué, entonces, parar? Supongo que es mejor ir corriendo siempre hacia adelante. Corriendo, sí. Caminando no. Al correr, se ven mejor las cosas. Incluso los detalles.

No nos detengamos más, porque el mundo sigue girando, y al estar parados, en realidad vamos en contra de él.

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